Las esculturas de Aitor Urdangarin nacen del amor a la línea ondulada, casi siempre dúplice y fundida en un abrazo.
Una pareja que se encuentra y que nos ofrece sus estados de ánimo, unas veces sosegada y calma, y otras veces, vibrante y retorcida por la pasión en un vórtice de energía.
La materia límpida del acero nos evoca la rica tradición de las acerías vascas, arte noble, potente y vigoroso, salido de las fraguas antiguas, y que ahora es pasado por el tamiz de la Modernidad para revivir la seña de identidad de un pueblo.
Arte inspirador cuando el encuentro ondulado se manifiesta sin estridencias, cuando convierte en materia el silencio a través de las formas contemporáneas. Acero impoluto, desnudo y brillante sobre su peana, como respuesta a nuestra carencia de silencio interior, en un mundo ensordecido por el ruido exterior.
En resumen, un canto a la línea y a las formas depuradas que se combinan en una serie de nudos esenciales, metáfora de los abrazos infinitos.
María Dolores Rosado Llamas
Profesora de Historia del Arte