Aitor Urdangarin conoce bien el material con el que trabaja. La experiencia adquirida en el
Ya desde sus primeras obras, en las que barras de acero de diez milímetros de sección forman una trama de la que surge la obra, es el dibujo de la línea en el espacio el que delimita el vacío y crea el volumen, en ese diálogo de pleno / vacío que desde Pablo Gargallo ha definido gran parte de la escultura del siglo XX.
En aquellas primeras obras que se despliegan contundentes en el espacio, la referencia figurativa está aún presente y, de una manera sutil, nos hace pensar en Diego Giacometti y su repertorio zoomorfo, aunque el acero de carbono confiere al trabajo de Aitor Urdangarin una cualidad expresiva muy diferente.
En sus obras actuales, la sección del tubo con el que trabaja es mayor, pero eso no le impide a Aitor que la línea se pliegue y retuerza en un trazo fluido, como
Son esas trayectorias lo que Aitor nos presenta en esta fase de su trabajo: solos o dúos fijados definitivamente en el trazo sólido del acero. Un acero que materializa la energía de ese impulso interno que haría continuar la línea en movimiento si no estuviera firmemente anclada a su base. Un factor este que refuerza la tensión que surge de estas esculturas.
En resumen, una interesante obra cuya evolución merece seguir con detenimiento en el futuro.
ANA HERRANZ